Por David Vine Profesor en la American University en Washington/Tomdispatch.com
Lo primero que vi el mes pasado cuando entré en el avión de carga C-17 gris oscuro de la Fuerza Aérea fue un vacío, algo faltaba. Faltaba un brazo izquierdo, para ser exacto, cortado a la altura del hombro, temporalmente parchado y unido. Carne gruesa, pálida, manchada de un rojo brillante en los bordes. Parecía carne cortada en pedazos. La cara y lo que quedaba del resto del hombre estaban ocultas por mantas, un edredón con la bandera de Estados Unidos y un revoltijo de tubos y cintas, alambres, bolsas de goteo y monitores médicos.
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Semejantes bases nenúfares se han convertido en una parte crítica de una estrategia militar de Washington en desarrollo que apunta a mantener la dominación global de Estados Unidos haciendo mucho más con menos en un mundo cada vez más competitivo, cada vez más multipolar. Es bastante notable, sin embargo, que esta política de ajuste de las bases globales no haya recibido casi ninguna atención pública, ni una supervisión significativa del Congreso. Mientras tanto, como lo muestra la llegada de las primeras víctimas de África, los militares de Estados Unidos se están involucrando en nuevas áreas del mundo y en nuevos conflictos, con consecuencias potencialmente desastrosas.
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